sábado, 15 de octubre de 2011

Textos sobre la vida en Al Andalus

Texto recogido del Mercado de Libros de Córdoba

 Estuve, dice (el bibliófilo Al-Hadrami), una vez en Córdoba y solía ir con frecuencia al mercado de libros por ver si encontraba en venta uno que tenía vehemente deseo de adquirir. Un día, por fin, apareció un ejemplar de hermosa letra y elegante encuadernación. Tuve una gran alegría. Comencé a pujar; pero el corredor que los vendía en pública subasta todo era revolverse hacia mí indicando que otro ofrecía mayor precio. Fui pujando hasta llegar a una suma exorbitante, muy por encima del verdadero valor del libro bien pagado. Viendo que lo pujaban más, dije al corredor que me indicase la persona que lo hacía y me señaló a un hombre de muy elegante porte, bien vestido, con aspecto de persona principal. Acerquéme a él y le dije: "Dios guarde a su merced. Si el doctor tiene decidido empeño en llevarse el libro, no porfiaré más; hemos ido ya pujando y subiendo demasiado". A lo cual me contestó: "Usted dispense, no soy doctor. Para que usted vea, ni siquiera me he enterado de qué trata el libro. Pero como uno tiene que acomodarse a las exigencias de la buena sociedad de Córdoba, se ve precisado a formar biblioteca. En los estantes de mi librería tengo un hueco que pide exactamente el tamaño de este libro y como he visto que tiene bonita letra y bonita encuadernación, me ha placido. Por lo demás, ni siquiera me he fijado en el precio. Gracias a Dios me sobra dinero para esas cosas". Al oír aquello me indigné, no pude aguantarme y le dije: "Sí, ya, personas como usted son las que tienen dinero. Bien es verdad lo que dice el proverbio: 'Da Dios nueces a quien no tiene dientes'. Yo, que sé el contenido del libro y deseo aprovecharme de él, por mi pobreza no puedo utilizarlo".
 Texto sobre el Mercado de Esclavas
 Los mercaderes de esclavos, declara el muhtasib de Málaga, disponen de mujeres ingeniosas y dotadas de una gran belleza que poseen a la perfección la lengua románica y que saben vestirse como las cristianas. Cuando algún cliente que no es de la ciudad les pide una esclava recién importada del país cristiano, el mercader le promete que se la encontrará pronto y le hace desear vivamente la realización de su deseo; pero le va dando largas esperas de un día a otro, mientras entretiene su esperanza.
 Al final le presenta una, asegurándole que se halla extenuada del viaje, ya que la acaban de traer del Norte. Al mismo tiempo se ha asegurado el concurso de un compadre, que pretende ser el dueño de la esclava y a quien corresponde recibir el dinero. Le dicen que acaba de comprarla en la Frontera Superior y que la ha pagado muy cara, encantado, sin embargo, de poder traer una esclava de importación reciente y de poder presentarla como cosa rara. Una vez terminado el negocio los dos compadres se reparten el dinero con la esclava. Y ésta se va enseguida con su comprador al lugar de su residencia.
 Caso de estar satisfecha del trato que recibe, aprovecha la situación para pedir que la liberte y se case con ella. En caso contrario, da a conocer su condición de mujer libre y lleva ante el oficial de la policía judicial de la localidad donde se encuentran sus documentos de istirá [es decir, los documentos que la habilitan para obtener la rescisión de un contrato] y los demás que acreditan, sin ningún género de dudas, sus derechos de mujer libre. El comprador, con el contrato de compra y con el acta que le obliga a concederle la libertad, vuelve entonces para hacerse reembolsar, por el vendedor, la suma pagada por la mujer. Pero el mercader de esclavos declara ignorar dónde vive el vendedor y dice sólo: "Era un hombre bien conocido como comerciante e importador de esclavas cristianas y de otros sitios". Y resultan vanos todos los esfuerzos del desgraciado, que pierde su dinero.


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